Antiliteraria, rupturista, juguetona, antirromántica, irreverente, sarcástica? la escritura de Pablo Palacio entra como un ventarrón para hacer tambalear el anquilosado edificio de la literatura de su tiempo. Lo empujaba el mismo espíritu vanguardista e iconoclasta que a otros creadores de los años ?20 en tierras americanas (Arlt, Macedonio, Huidobro, Felisberto?), como en el resto del mundo, así en figuras de la talla de Joyce, Beckett, Kafka y todos los cultivadores de los «ismos» europeos.
Su obra da cabida a locos, marginados en las modernas urbes del siglo XX ?esclavas de la novedad y de la endeble opinión pública?, obsesivos, deformes o enfermos, hasta las figuras de pederastas o antropófagos, y personajes tan difíciles de concebir como «la doble y única mujer». Con ellos, lleva la deshumanización y la parodia hasta extremos que causan en el lector perplejidad y un gozoso asombro.
Palacio comparte con Samuel Beckett ?en palabras del prologuista? «la misma disposición escénica a representar lo irrepresentable en los términos del viejo realismo». Algo que encontramos tanto en Un hombre muerto a puntapiés, de 1927 ?por primera vez editado en España?, como en los relatos que publicó en revistas entre 1921 y 1930, cuya recopilación completa recoge este libro.