Rodrigo González ha dejado de escribir. Viudo, con una hija que se le escapa entre los dedos y una vida que parece desvanecerse sin dejar huella, arrastra una duda antigua: ¿qué fue lo que su padre calló durante tantos años?
Una imagen olvidada —un partido en Altabix, una maleta llena de billetes, un portero que se negó a dejarse vencer— lo empuja a mirar hacia atrás, a buscar respuestas entre los huecos del silencio familiar. Pero lo que encuentra no es solo una historia: es la sombra de un país, las heridas abiertas de una generación, y una verdad que, como el fútbol de los domingos, se juega a pie de calle, en voz baja y sin testigos.
Un día, Julio Alcolea —un anciano desconocido— llama a su puerta y, con voz cansada pero firme, le cuenta su historia: la de un joven que, en 1952, regresó del exilio a un Elche que ya no reconocía. Allí, donde una vez empezó a destacar como futbolista, lo esperan los fantasmas de la posguerra, las traiciones, la esperanza clandestina y un país suspendido entre el miedo y la costumbre.
Ambientada entre los años treinta, la larga posguerra y los primeros compases del siglo XXI, Pan, fútbol y silencio entrelaza vidas reales y ficciones posibles para hablar de lo que nos sostiene: la memoria, la amistad, el deseo de justicia y las palabras que llegan cuando ya es tarde... o justo a tiempo.
Con una mirada íntima y una prosa serena, esta novela evoca el aroma de las fábricas textiles, los campos de tierra batida y las palmeras del sur, para recordar que a veces el fútbol solo es la excusa: lo importante sucede en las gradas, en las casas, en los gestos que perduran y en los silencios de quienes vivieron sin contarlo todo.
