El sabor de las almendras se adentra en los claroscuros de la mente y el cuerpo, en las fracturas íntimas que definen la experiencia humana. Estos versos abren espacio al dolor, al silencio y a la fragilidad, pero también a la memoria, la ternura y la posibilidad de renacer, nombrando lo innombrable y convirtiendo la vulnerabilidad en un acto de resistencia poética.