Son siete historias nada complacientes cuyos protagonistas son conducidos a un trágico e inevitable final por su mal comportamiento. Una ironía llevada a la exageración permite al lector tomarse con mucho humor las consecuencias dramáticas que sufren este desfile de niños maleducados, agresivos, desobedientes, narcisistas o adictos a la televisión. Aunque, más que una reprimenda a la infancia, se percibe una llamada de atención hacia la permisividad y el proteccionismo adulto. Siempre, eso sí, desde el humor desbordante que nos recuerda a la escritura transgresora de Roald Dahl en sus Cuentos en verso para niños perversos o David Mackee con su Triste historia de Verónica.